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Naciones Unidas dedica este 8 de marzo al liderazgo igualitario. A nivel global, según cifras de ONU Mujeres, solo 1 de cada 4 puestos directivos en todos los sectores es ocupado por mujeres. El tema tiene raíces estructurales y un componente cultural que reproduce estereotipos de género.

En Cuba, según la Encuesta Nacional de Género, más del 50% de los hombres cree que ellos son mejores que ellas para la toma de decisiones y, en consecuencia, para desempeñarse en puestos de dirección.

Matilde Molina, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos, aliado estratégico de la Oficina del UNFPA en Cuba, desafía esa creencia desde su experiencia y su trabajo cotidiano.

Recientemente participó como una de las autoras del libro "Demografía y COVID19: diferenciales sociales y epidemiológicos de una pandemia", acompañado por UNFPA. Porque, para Matilde, ser madre, directiva, y también investigadora con relevantes publicaciones, tiene que ser parte de una misma cosa: realizarse como persona, y como mujer.

 

 

¿Qué desafíos implica ser mujer científica en Cuba?

Ser mujer científica en Cuba es un orgullo y también un desafío. Los desafíos se presentan desde que eres estudiante, una etapa que depende mucho de ti, son menos los obstáculos para lograr lo que te propones. Luego llega la vida laboral y el desafío está en lidiar con la inexperiencia profesional, aprender de los buenos profesionales e ir mostrando que puedes insertarte en un colectivo donde se hace ciencia.

Con la llegada de los hijos, aumentan los desafíos, el factor tiempo, la distribución de los roles familiares, la comprensión de las direcciones laborales y equipo de trabajo. Yo comencé a trabajar en un centro de investigación, estaba embarazada y nació mi primer hijo, recuerdo que fue un gran desafío porque, aunque para mí lo más importante era mi bebé, no dejé de tener la preocupación por las consecuencias laborales que podía tener para mí. En ese momento el servicio social después de graduarte tenía un valor muy alto y esa era una preocupación. El momento más difícil, la noticia que me removió emocionalmente fue la llegada del otorgamiento del círculo infantil, con solo tres meses de nacido mi bebé.

Eso formó parte mis desafíos y de mis grandes conflictos personales, la lactancia materna, avanzar como joven graduada para no perder oportunidades, y así avanzó esa etapa. Mis primeras investigaciones, mis viajes a provincia y al extranjero estuvieron siempre rodeadas de horas de reflexión para la toma de decisiones, si ir o quedarme con mi hijo, luego ya no era uno eran dos, una niña también.

 

 

Los primeros informes de investigación tuvieron muchas veces como escenario a mi hijo en su corral y los papeles que estrujaba de las ideas que tenía que desarrollar y no salían como quería, una y otra vez como pelotas para jugar. Las noches largas cuando había total silencio en casa para trabajar es otro de los recuerdos, el cansancio y el agotamiento a veces, pero la maternidad y un nuevo escenario social en mi vida, hacerme investigadora me daban muchas fuerzas y motivación para continuar. El apoyo no me faltó, las decisiones para continuar con mi trabajo y estar ausente en algunos momentos cortos en la vida de mis hijos las tomé porque tuve apoyo, el padre de mis hijos asumió con mucha responsabilidad su paternidad, la familia, y mis amigas fueron incondicionales.

Mis desafíos personales han estado marcados en todas las etapas de mi vida por dos razones mis hijos y estar donde me sienta útil, donde siento que avanzo como persona y profesionalmente. He tomado decisiones para convertir los desafíos en sueños e ilusiones a alcanzar y la mayoría los he logrado.

Desde lo laboral se asumen nuevas responsabilidades y el desafío se centra en los roles de dirección y no dejar de producir científicamente, priorizar el espacio para escribir artículos sobre los resultados científicos que se tienen, pues lo que no se publica no se conoce, no se pone en función del desarrollo social y de la ciencia, pierde valor, por lo que es un gran desafío para los que hacemos ciencias.

El año 2020 impuso a las Ciencias Sociales un nuevo desafío epistemológico por la pandemia COVID-19, y hay que revisar lo que hemos hecho, incrementar los debates científicos sobre los métodos y técnicas utilizados, pero lo más importante ha sido la oportunidad para el desarrollo de la creatividad para la búsqueda del conocimiento científico, de las propuestas de nuevas formas de hacer, y eso es hacer ciencia.

 

 

¿Se ha enfrentado alguna vez a estereotipos de género? ¿Cuáles? ¿Cómo lidia con ellos?

 

No he tenido la experiencia personal, pero sí he estado al lado de mujeres que han pasado por la experiencia de enfrentar este tipo de prejuicios. Mi actitud en esos momentos es de apoyo a las mujeres y he asumido un afrontamiento activo y positivo, mostrando desacuerdo en decisiones que son transversalizadas por un prejuicio de género.

 

 

 

 

¿Cuál ha sido su momento más relevante como científica? ¿Por qué fue relevante? ¿Qué lecciones aprendidas le deja?

Mi momento más relevante considero que fue el proceso de mi formación durante el doctorado, todo ese camino transitado, los retos, los desafíos para llegar hasta el final. Fue una etapa de mucho aprendizaje, de consolidación de conocimiento, no solo conocimiento científico, sino también de nuestras realidades sociales. Una parte de este tiempo transcurrió en comunidades trabajando con adolescentes embarazadas, madres adolescentes y sus familias, y fue relevante porque no hubiera llegado a una completa comprensión de lo que significan los valores, los números de la tasa de fecundidad adolescente sino hubiera convivido con las protagonistas de mi investigación de doctorado en esas comunidades.

Lecciones aprendidas hay muchas.

La primera de ellas: es como si volviera al principio, este no es el final del desarrollo profesional, es el principio de otro gran camino, muchos nuevos retos para continuar y aportar a las ciencias sociales desde una mirada siempre modesta pero cualitativamente superior.

 

 

El conocimiento es infinito, siempre hay algo nuevo que descubrir y buscar y ese es nuestro compromiso social con nuestro país, no perder fuerzas en la búsqueda de la verdad. En los campos del conocimiento donde me desempeño, la demografía y la psicología, he hecho lo posible por ver su integración, la mirada transdisciplinaria y el enriquecimiento de ambas ciencias, no se puede fragmentar el conocimiento. Fragmentar el conocimiento en las ciencias sociales es fragmentar al ser humano, es no ver a la mujer y al hombre en toda su dimensión; es ver nuestras realidades por sectores y por estancos, es obviar la concepción sistémica del desarrollo de la sociedad, su complejidad.

Tres han sido mis escenarios laborales desde que me gradué, y cada uno aportó diversas lecciones. El Centro de Estudios de la Juventud, que está celebrando este año su 50 aniversario, fue la primera escuela, la que sentó las bases de mi formación como investigadora y me dio alas para seguir volando.

El Policlínico Universitario Plaza de la Revolución, fue el escenario de la comunidad, desde la atención primaria de salud se hace mucha ciencia y demostró que un área de salud se puede convertir en una entidad de ciencia y técnica. Fue la oportunidad para hacer ciencia en salud, desde la psicología de la salud y desde ahí contribuir a la prevención de los problemas sociales con la participación de la población.

El Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana es la escuela mayor, ha sido una gran oportunidad para estas lecciones aprendidas. Respeto y admiro el caudal de conocimiento acumulado y transmitido por sus profesores, ese potencial científico que ha tenido en cada etapa de su evolución hasta la actualidad. Este año entra en su 50 aniversario y llegamos aquí con un compromiso social cada vez mayor. El trabajo desarrollado por su colectivo de trabajo, durante este periodo de pandemia de COVID-19 muestra este compromiso. Es una etapa de muchos jóvenes en formación, y esta es otro aprendizaje consolidado, con las y los jóvenes tenemos que contar.